Orden y caos

chamán (2)

La hoguera iluminaba tenuemente el centro de la tienda tipi. Oculto entre las sombras, el chamán de los Navajo observaba el cuenco de cerámica con la infusión de hierbas calentarse junto al fuego. Mientras tanto, se colocaba las prendas y aderezos para la ceremonia del solsticio. La falda estaba hecha con hojas secas que le llegaban hasta las rodillas. La camisa, de algodón raído, resultaba casi invisible bajo las numerosas trenzas de esparto y cadenas de metal. Cuando el éxtasis del baile, cuando el desenfreno de los saltos a una y a dos piernas, y el remolino de los brazos, y los giros y balanceos de cadera, le azotarían la espalda y provocarían un sonido deforme y quejumbroso para ahuyentar a los malos espíritus que perjudicaban las lluvias y la cosecha de la primavera. Escuchó el crepitar de la madera ardiendo y consumiéndose, el líquido gorgotear, romperse una burbuja. Entonces se arrodilló en la tierra fina, tomó el recipiente, lo acercó a sus labios resecos y rajados y empezó a beber mientras pensaba en la gente que aguardaba fuera de la tienda a que empezase el ritual que repetía cada año desde que murió su padre. Al erigirse, tomo el bastón de madera con una cabeza de águila tallada en el mango y se puso la máscara que aterrorizaba a los pequeños a la luz de la luna llena, una cabeza con forma de lobo que tenía los ojos rojos, la boca abierta y los dientes algo desgastados por el paso de los años. Dio un paso con firmeza, dos hacia adelante lentamente. Se asomó por la estrecha abertura, corrió la tela de la entrada y de pronto dio un salto hacia adelante. La gente contuvo el aliento ante la aparición, y un niño pequeño se aferró a la pierna de su padre. Se hizo el silencio absoluto. El chamán recorrió con su mirada feroz e intensa, uno a uno, a todos los que le rodeaban. Parecía como si fuera a atacarles, como si estuviera eligiendo a su próxima víctima. Entonces extendió los brazos en cruz, erigió el cuello, alzó la cabeza y empezó a aullar con fuerza contra la bóveda celeste.

            Hace unos días asistí a “Orden y caos”, en el Caixaforum. La exposición tiene el objetivo de adentrarse en los espacios más truculentos y oscuros, más salvajes, de la mentalidad y la cultura religiosa del ser humano desde un enfoque antropológico. Desde que se tiene constancia, todas las sociedades han desarrollado una cosmología particular caracterizada por el equilibrio resultante entre las fuerzas del caos y del orden, del bien y del mal, de la luz y de las sombras. Para mediar entre esas fuerzas supraterrenales y los seres humanos, surgió la figura del chamán (shamman, “el que sabe” o “el sabio”), que posteriormente podría relacionarse con el cura, el sacerdote, la vidente, el exorcista, pero también el brujo o la figura del mago invocador. Como eslabones entre ambos mundos, su misión era sofocar la ira divina, sosegar las fuerzas naturales, conseguir el perdón de los dioses por los errores y pecados que los humanos hubieran podido cometer, redimir a su comunidad de fieles y aplacar los periodos de sequías o inundaciones, de tormentas o huracanes.

Cortes_y_moctezuma

Al respecto, Paul Watson relaciona con argumentos contundentes la cuestión de las grandes zonas climáticas (en vertical y horizontal), la economía agrícola o ganadera, pero también la particular apreciación del Orden y el caos en Eurasia y las Américas, con el tan diferente desarrollo experimentado por los grupos humanos que evolucionaron separados durante 15.000 y hasta la Edad Media por el gran océano Atlántico; hasta que el Viejo y el Nuevo Mundo se encontraron frente a frente cuando Pizarro, Colón y Cortés llegaron a los Andes, el Caribe y Yucatán. El escritor afirma en el libro de divulgación científica La gran divergencia (Crítica, 2012) que

Se aprecia, por tanto, que la principal diferencia entre las civilizaciones del Viejo y el Nuevo Mundo (dejando de lado los aspectos políticos de orden menor) se halla en sus pautas de adaptación a diferentes circunstancias ambientales, y que las ideologías del Viejo Mundo cambiaron más a menudo y más radicalmente que las de las Américas. Si bien ello se debió en cierta medida a las diferencias de clima y geografía –el debilitamiento de los monzones en el Viejo Mundo y la frecuencia creciente de El Niño en el Nuevo Mundo–, también se explica en gran medida por la función que desempeñaron en el Viejo Mundo los mamíferos domesticados y las plantas alucinógenas en el Nuevo Mundo. En consecuencia, podemos afirmar –exagerando solo un poco– que la esencia de la historia del Viejo Mundo fue determinada en gran parte por la función que ejercieron los pastores, mientras que en el Nuevo Mundo ese papel lo desempeñaron los chamanes. […] El chamán y el pastor personifican la gran divisoria. En el Viejo Mundo, la existencia de mamíferos domesticados permitió que los seres humanos no hubieran de quedarse in situ, y esta movilidad, sumada al debilitamiento de los monzones, favoreció la aparición de varias ideologías, que culminaron en el concepto cristiano y griego de un dios abstracto pero racional, así como en lasa ideas del tiempo lineal y el “progreso”. En el Nuevo Mundo, o al menos en América Latina, allí donde surgían civilizaciones la gran violencia y la capacidad destructiva de la climatología, la frecuencia creciente de devastaciones que causaba, asociadas a la intensidad del chamanismo inducido por el trance, eran mucho más difíciles de afrontar de manera racional. Los dioses del Nuevo Mundo no eran tan manejables, ni mucho menos amistosos, cooperativos y comprensibles que los del Viejo Mundo. Todos estos factores hicieron del Nuevo Mundo un lugar en el que resultaba mucho más difícil adaptarse que en el Viejo Mundo (pp. 568-569).

Callejon del Gato

Callejón del Gato, Madrid.

            Caminando por el barrio de las letras, llegué a la Calle Huertas y la Plaza Santa Ana para después adentrarme por azar en el Callejón del Gato, donde Valle Inclán sitúa uno de los episodios más conocidos de Luces de Bohemia. El protagonista atraviesa la famosa calle en cuyas paredes hay varios espejos cóncavos y convexos que devuelven una imagen deformada de su cuerpo -más gordo, más flaco, vuelto del revés- y esto le hace reflexionar sobre la percepción de la vida, sobre lo maleable que la realidad resulta, pero ve en ellos la tragedia de aquella España decadente. Continué paseando, esquivando a las personas que venían en dirección contraria (por allí muchas vías se han hecho peatonales). No llevaba mapa, no sabía por dónde estaba, solamente me dejé llevar y seguí hacia adelante. Giro a la derecha, dos a la izquierda, otra plaza, y dejé de intentar memorizar la ruta que seguía. Al torcer una esquina me topé con esa calle, casi solitaria, con un perro atado a la ventana y una bicicleta aparcada en la puerta del local. Había olor a infusiones, acaso té o café, quizás anís mentolado, algo de canela también, puede que vainilla. Orden, caos, espejos que trasgreden e invierten nuestro mundo y nos confunden. Cuando uno queda absorto en sus reflexiones, olvida cómo ha llegado a cierto sitio, pierde el control sobre sus pasos, se adentra en un sinfín de calles que no parecen llevarle a ningún sitio. De pronto se detiene y mira hacia detrás, hacia adelante, hacia arriba. Quien se empeña en salir del laberinto jamás comprenderá el significado de su enredo y por tanto nunca hallará el camino de regreso. Hay que ver lo caprichoso de las fechas, los lugares, de la casualidad o las circunstancias aparentemente ilógicas. Orden, caos. Abrí la puerta y miré al suelo para no tropezar con el pequeño escalón de la entrada. En el interior, escuché una voz suave, densa, homogénea entre el murmullo. Alcé la vista y miré alrededor, cómo hizo aquel chamán en el solsticio del invierno. Y allí, en el espejo tras la barra, vi su rostro reflejado, su sonrisa, su mirada que chocó contra la mía. Sin pensarlo me senté a su lado y pedí un café. Entonces se cerró el círculo, la gran divergencia había terminado. Cortés y Moctezuma, uno junto al otro compartiendo el mismo espacio. Dos personas, dos pasados, dos historias que casualmente coinciden. La salida, el laberinto, comprender el laberinto. Ahora todo enredo parecía tener significado. Un giro a la izquierda, dos a la derecha, dejé de memorizar. Paciencia, paciencia, esperar. Empezamos a hablar sin habernos presentado, quizás más tarde supimos nuestros nombres –por cierto, soy Manuel, ¿y tú?-. Las doce y media en el reloj, ya era San Patricio.

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Un pensamiento en “Orden y caos

  1. solo unas letras para que sepa que leere todos tus escritos y vivencias,de cada uno aprendere algo de historia antigua y parte de tu historia y vida a partir de ahora,besos hijo y cuidate aparte de esribir hojas de el libro de tu vida que has comenzado,

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